El legado cultural del mundo antiguo apenas podría entenderse sin prestar atención al papel desempeñado por los sacerdocios en el seno de sus diversas sociedades. Las funciones sacerdotales ―de muy distinta índole― estuvieron íntimamente unidas a unos ritos religiosos que las justificaban y perpetuaban como parte de un conocimiento oculto y envuelto siempre en el misterio. En buena medida, la autoridad sacerdotal hundía sus raíces en un profundo arcano próximo a las “fuerzas divinas” que, a ojos de los antiguos, gobernaban el mundo; y, al mismo tiempo, era parte de un universo ajeno ―e incluso contrapuesto― a la realidad cotidiana y a la “voluntad humana”. Desde el antiguo Egipto y las civilizaciones próximo-orientales, pasando por Grecia y Roma, hasta llegar al judaísmo y cristianismo antiguos, las jerarquías religiosas impusieron un código de valores y rituales sagrados que modelaron las normas y costumbres por las que se regían las sociedades antiguas.
esulta significativo que al comienzo de su conocido Panegírico del emperador Trajano, Plinio el Joven afirme que cualquier acto de la vida de los romanos o cualquier discurso público "debía ir precedido de una invocación a los dioses, ya que los hombres nada podían emprender favorable ni adecuadamente sin la ayuda, el consejo y la estima de los dioses inmortales" (I, 1). Es evidente que esta apreciación escondía un trasfondo ideológico enraizado en la más antigua tradición romana, fuertemente condicionada por el ius sacrum, y al mismo tiempo, renovada en época imperial con la implantación y promoción del culto a los emperadores. Pero, de igual forma que este conspicuo representante del paganismo romano aseguraba que la designación del poder imperial procedía del cielo (presidido en este caso por Júpiter), llama la atención que, algunos años después, un apologista cristiano como Tertuliano defendiese una idea parecida, aunque esta vez inspirada en la providencia del Dios cristiano ya presente en la doctrina paulina: "Nosotros respetamos el plan de Dios sobre los emperadores: Él los puso al frente de los pueblos. Sabemos que en ellos hay algo que Dios ha querido" (Apol., 32, 2-3). Y, al margen de su consustancial ideología mesiánica, los propios judíos ensalzaron igualmente a los emperadores con sacrificios por su salud y el bienestar del pueblo romano (Flavio Josefo, Bell. Iud., II, 197). No puede negarse que la religión - aun en su diversidad - estaba presente en todos los órdenes de la sociedad romana: desde la intimidad de la vida doméstica a las formalidades propias de la esfera política y desde el entorno sacerdotal al mundo militar. Partiendo de diferentes perspectivas, el presente curso de verano pretende desvelar los mecanismos a partir de los cuales la religión se convirtió en un elemento esencial de integración dentro de una sociedad que no sólo se mostró tolerante con las creencias que, sin alterar el orden establecido, resultaban extrañas a la tradición romana, sino también permeable a otros valores y rituales religiosos que estaban llamados a enriquecer el universo cultural grecorromano.