El amor es el protagonista de muchas relaciones, padres-hijos, pareja, relaciones sociales, relaciones profesionales y, en gran parte, condiciona nuestra felicidad. Este sentimiento se desarrolla como resultado de un aprendizaje basado en un mecanismo de imprinting, en el que interviene una base genética y un proceso de aprendizaje, que modela nuestro cerebro. En las relaciones de pareja el sexo adquiere un particular protagonismo. Por otra parte, nuestra capacidad para amar se asocia a diferentes estructuras cerebrales, como el sistema límbico y los lóbulos prefrontales, y a la participación de algunos neurotransmisores como la oxitocina.