La curiosidad por conocer los principales jalones de la historia del arte revela madurez
por parte de las sociedades que estudian su pasado con respeto, intuición y
aprovechamiento. Comprender iconos congelados nos hace valorar e interpretar mejor
los que aparecen en ciernes y los que están por venir. La información suministrada por
los testimonios artísticos aparece enhebrada en la historia de las culturas y es digna de
análisis y memorando. No siempre reparamos en el poder de la imagen, sus
significados, soportes, comitentes, tergiversaciones, endiosamientos, ambivalencias o
secuelas. Con los años, la curiosidad bulle y los significados se encrespan, pero resulta
indispensable disfrutar con la mirada, tan cansada, y sentir en la piel el arrullo del
borrón, el chasquido de un formón o el disparo de una instantánea. La historia del arte
no se entendería sin la necesidad de vida, de pálpito, de esperanza y hasta de sementera.
Ver, sentir, desear, reivindicar y confirmar la utilidad de una disciplina prescindible que
nos haga atisbar la razón, aunque tengamos que dejar el alma en ello. ¿Quién no aspira a
dejarse seducir por la belleza?