La autora pone de manifiesto experiencias que, desde la niñez hasta el momento presente, le han permitido reconocerse como ecologista feminista primero, y como ecofeminista después.
Como singularidad, intercala fragmentos de pensamientos filosóficos, científicos o sociales que refuerzan el suyo, alimentado por raíces que no detienen la profundización en su carballeda zamorana, bajo el influjo del río Negro, la prolongación de su arteria aorta.
La rebeldía que de adolescente le lleva a traspasar su línea verde, frontera entre lo domesticado y lo silvestre, le predispuso a analizar el comportamiento de sapiens a la luz de la complejidad de lo ecológico.
En resonancia con el lobo, su tótem animal, defiende sus cuerpos‐territorios de la cultura hegemónica patriarcal‐capitalista que nos lleva desde la lógica del dominio, al colapso eminente, no sólo de la civilización que protagonizamos, sino de la biosfera que conocemos y de la que formamos parte.