Es evidente que con el patrimonio cultural solemos referirnos a aquellos bienes culturales que, a lo largo del tiempo, hemos heredado de nuestros antecesores y que esperamos transmitirlos a las siguientes generaciones, independientemente que constituyan sitios naturales, construcciones como edificios, monumentos, intervenciones, obras de arte, etc., o elementos inmateriales, como el folklore, la danza, las costumbres populares, la música o la literatura.
Por otro lado, cualquier tipo de expresión cultural y creativa suele tener un mayor o menor impacto en la sociedad, pero su importancia ha llegado hasta tal punto que la propia Unión Europea, aunque la política cultural sea ante todo competencia de los Estados miembros y las administraciones regionales y locales, tiene un compromiso con la protección y la valorización del patrimonio cultural europeo mediante una serie de políticas y programas, pues el patrimonio cultural se ha convertido en una serie de recursos vitales para la competitividad y el atractivo económico y regional, a la par que conforma un elemento clave de la imagen y la identidad de las ciudades y regiones y, con frecuencia, el foco del turismo urbano.